sábado, 25 de febrero de 2012

Los autos locos


En Hyderabad los transportes públicos no son gran cosa.




Tienen un tren metropolitano que, la verdad, nunca he usado, pues no hay ninguna parada cerca de mi casa y muchas veces, tampoco hay una parada cerca del sitio al que quiero ir. Tengo que probarlo, pero a priori, no me convence.






Hay muchas líneas de autobuses que recorren toda la ciudad, pero los buses, además de ser del año de la polca, no suelen detenerse en las paradas. Lo normal es que solo aminoren, con lo que hay que subirse y bajarse en marcha, lo que, si hay mucha gente, se puede convertir en un deporte de riesgo. La primera vez que me subí a un autobús casi me parto la crisma y ya he visto a varios indios pegarse tremendas talegadas al subir o bajar del bus. No, yo paso.




Sí que hay taxis, pero no los ves por las calles a menudo. Tienes que llamar a alguna compañía tipo tele-taxi y “encargarlo”, con la consabida espera. Además, supongo que no serán baratos. Solo cogí un taxi desde el aeropuerto y aunque están muy bien, me parecen poco prácticos.  




Uno puede andar, pero tampoco es una solución muy buena. Además de que esta ciudad es enorme, además de que cruzar la calle es una loca aventura, resulta que casi no hay aceras. Cuando las hay, suelen estar destrozadas como si fuesen zona de guerra y cuando no lo están, un penetrante olor te indica porqué nadie las usa… para andar.




Así que nos quedan nuestros amigos los autorickshaws, llamados aquí simplemente autos. Ya los conocéis, son estos escuetos motocarros con bocina tipo Harpo Marx y aire acondicionado “de serie”. También tienen un taxímetro, pero en muchos casos es meramente ornamental o incluso está trucado.

A la hora de coger un rickshaw se supone que hay dos opciones: usar el meter o negociar el precio de antemano y pagarlo al llegar a tu destino. A veces utilizan una táctica intermedia y te piden "lo que marque más X", por que tú lo vales, vamos, en plan L´Oréal. Cuando uno es extranjero, sin embrago, los conductores se muestran, en principio, reacios a usar el taxímetro y prefieren pedirte el oro y el moro. Puedes insistir en que usen el meter y puede que lo logres, pero a menos que te conozcas la ciudad y que estés dispuesto a meter al driver en vereda si te la lía, pues tampoco es un avance.

Lo normal es negociar y esto es una aventura en sí misma. Dos conductores que esperan a tres metros el uno del otro te pueden pedir cantidades con cien rupias de diferencia o más. Algunos parecen seguir un código ético no escrito, según el cual nunca subirán a un extranjero a su auto por menos de 70 rupias, sea cual sea la distancia a recorrer. Además, los cambalaches y trapicheos que hacen cuando se juntan varios son impresionantes. A veces los que hablan inglés se ponen a negociar contigo en nombre de los que no lo hablan, no sé si por compañerismo o por una comisión. Vamos, un pandemonio.

Aquí resumo algunos de sus argumentos para pedirte un pastón, sobre todo cuando les dices que ya has hecho ese trayecto, que ahora vas de vuelta y que te ha costado la mitad.

·         Tarifa nocturna: No importa si realmente existe tal cosa en Hyderabad, porque aquí no hay tarifa que valga. Pero claro, cuando más tarde sea más te van a pedir y teniendo en cuenta lo pronto que oscurece aquí, no esperan mucho para pasar a los precios “de noche”.
·         Hay que dar un giro en “U”: ¡Esto es genial! Te dicen que la carretera es de un solo sentido para volver y que hay que dar un rodeo o hacer un giro en “U”. Que no sé por qué es tan costoso. ¿Hay un impuesto sobre los U-turns en India?
·         Sois muchos: En teoría, los autos, como los taxis, cobran por distancia, no por personas, pero cuando estás en un grupo pues te piden más. Lo único que tiene más dinero que un extranjero son… ¡varios extranjeros!
·         Es fiesta, hay una huelga de transportes…: “Júpiter está en la séptima casa”, lo que sea con tal de venderte la moto de que es un día especial y las “tarifas” (esos seres mitológicos) son más altas.




Yo no soy muy bueno regateando y además el tiempo que pierdes haciéndolo suele ser más valiosos que los 50 céntimos que te puedes ahorrar, porque, hablando en plata (es decir, en euros), por muy lejos que vallas, raro será que te cueste más de 3€.

Antoine se daba maña para negociar con los conductores de tuk-tuk (como él dice), mientras que Hitoshi no los soporta, los considera unos ladrones y les pega unas voces que no veas.

Por otro lado, hay veces que los conductores simplemente te dicen que no te llevan. También hay ciertos motivos comunes:

·         Está muy cerca: Con lo cual, para lo que van a sacar, pues no les apetece.
·         Está muy lejos: Y a pesar de la pasta, se ve que tampoco les apetece tener que alejarse tanto y luego volver a su “radio de acción”.
·         No saben dónde está: Aquí las calles no tienen carteles, la gente no se sabe sus nombres y los conductores de autos muchas veces no se conocen toda la ciudad. Hay que guiarse por landmaks (que si al lado de centro comercial tal, que si enfrente de hotel cual…) y a veces no es fácil. De todos modos, si te dicen que "no" por esto es que son honrados, porque muchos te dicen que “sí”, que “claro” y luego los ves más perdidos que una cabra en un garaje.

Sea como fuere, los rickshaws son el medio de transporte que más usamos, con lo que, en estos casi cinco meses, nos han ocurrido mil y una aventura con estos “autos locos”.

·         ¡Es gratis!: Mas de una vez, cuando les he dicho a los insistentes conductores que no necesitaba un auto, que iba muy cerca, me han respondido al final que “Free drop!” que iban en la misma dirección. Lo lamento, no puedo contaros si es verdad la historia del “viaje gratis” porque siempre he pasado de ellos.
·         El truco de la gasolinera: Consiste en decirte que no tienen gasolina y que les tienes que adelantar el dinero para que reposten. Después de esto, el tipo puede decirte que “jolín, es que está muy lejos” y pedirte aún más dinero por llevarte a tu destino. Pero bueno, ante esto la respuesta es fácil: “Contra el vicio de pedir la virtud de no dar”.
·         “Era por persona”: Se trata de negociar contigo un precio y luego venirte con que esa cantidad “era por persona”. Evidentemente, esto solo te pasa a partir de dos ocupantes. La solución es pagar lo acordado en primer lugar y salir de allí sin preocuparte lo más mínimo por las quejas del tío.
·         “No tengo cambio”: Pues eso, que le pagas con un billete de 100 y “¡Qué pena! No tengo cambio.” Lo malo de esto es que hasta puede ser verdad. Lo mejor es llevar siempre un surtido de billetes de 10 para los autos. En esta situación cada uno toma las medidas que os podéis imaginar.
·         Guía turístico: Algunos (pocos) conductores que dominan (es un decir) el inglés se ponen a hacer de guía turístico durante el recorrido. Su objetivo es sacarte una propina al final del viaje, pero muchos ni te la piden directamente, solo prueban suerte. Si no la piden yo hasta se la doy.
·         “Vamos a mi hotel”: No, tranquilidad, no es lo que estáis pensando. Algunos hoteles pagan una comisión a los conductores que les llevan turistas. Los tíos pueden ser muy pesados con esto, pero vamos, a decir que no mil veces y arreando.
·         “¿Quieren comprar perlas?”: Como en el caso anterior, algunas tiendas pagan a los autorickshaw drivers que les traen clientes. Yo siempre he pasado. De todos modos, a los conductores les pagan solo por llevarte, da igual si compras o no, con lo que hasta puedes negociar con ellos tu precio y tu ruta en base a esto. Puede ser una opción para recorrer la ciudad en plan turista.
·         Seguridad y confort: Algunos conducen como maniacos, otros pillan todos los baches de la carretera. Unos van hablando por el móvil, otros van escupiendo esa cosa parduzca que mascan continuamente, sacando a ratos la cabeza del vehículo. Unos pocos ponen música a tope (y hasta bailan mientras conducen) y algunos se van riendo todo el camino, seguramente pensando “¡Cómo he timado a este idiota!”.
·         Te cuentan su vida: Hombre sé que esto no es exclusivo de los drivers de Hyderabad, pero sus vidas pueden ser muy curiosas. En Navidad, un conductor católico nos enseñó las cicatrices de sus brazos. Según él, se las había hecho la policía durante una manifestación de católicos, enfurecidos por el estreno de El código Da Vinci. Eso no lo oyes en Madrid.




Solo hubo una vez chunga, en la que el conductor trató de usar con nosotros la lista entera de artimañas y dijo que o más pasta o no nos llevaba, cuando quedaba un trecho para llegar. Hitoshi, que había accedido a darle el dinero para gasolina, le empezó a gritar como un poseso, le puso de vuelta y media… y si yo no le saco de ahí no sé lo que pasa. Pero llegábamos tarde a la oficina de extranjería y más nos valía ir andando.




Yo también tuve mi propio encontronazo con otro conductor, pero es una historia larga y ya la contaré en otro post. En vez de contar más “movidas” quiero terminar diciendo que a pesar de todas estas peripecias, la mayoría de las veces no pasa nada. Así como hay muchos conductores timadores o malos profesionales, los hay súper honrados, experimentados al volante y que se conocen la ciudad al dedillo. Lo que quiero decir es que “en todas partes cuecen habas” y que los autorickshaw drivers de Hyderabad no son una excepción.

Sin embargo, este blog sería muy aburrido si cuento decenas de viajes sin ningún problema ni sobresalto, me debo a mi público y sé que mi público quiere “chicha”. Así que, perdonad mi sensacionalismo, pero si a Tele 5 le funciona, supongo que a mí también.

Terminemos pues, con el lema del Real Colegio de Autorickshaw Drivers de Hyderabad:

-¡¿Auto?! ¡¿Auto?! ¡¿Auto?! Sir, ¡¿auto?! ¡¿Auto?!...



viernes, 17 de febrero de 2012

Golkonda Fort

Vivo más rápido de lo que escribo, se me amontonan los temas y dado el desorden espaciotemporal de mi blog, no sé qué contar ni en qué orden. Tomaos mi blog como una de esas pelis de Tarantino donde todo está mezclado y desordenado… los genios somos así.

Como os he dicho en otras ocasiones, los fines de semana me transformo en turista y me dedico a visitar todas las cosas chulas de Hyderabad (que no son muchas, pero no son pocas) como un guiri más (que el fin y al cabo, es lo que soy). Esta vez, Hitoshi, Antoine y yo decidimos dedicar el día a visitar Golkonda Fort.




El Fuerte Golkonda es una ciudad fortaleza que se encuentra a las afueras de Hyderabad y es la principal atracción turística de la ciudad, si bien no es muy conocida internacionalmente y la mayoría de turistas son indios. 

Su historia se remonta hasta el siglo XII aunque lo que es la actual ciudadela fue construida, destruida, construida, reformada… durante cientos de años, hasta el siglo XVII. La dinastía hindú de los Kakatiya fundó este enclave desde el que se extendería el reino de Golkonda, hasta que el emperador Auranzageb acabó con la supremacía del fuerte y la capitalidad de la región se trasladó a la joven ciudad de Hyderabad.

Llegamos pues en un rickshaw y compramos los tickets. Aquí, para los locales estas cosas son bastante baratas, mientras que para los “no indians” pueden valer hasta veinte veces más. A Antoine le parecía indignante, para mí es bastante justo, Hitoshi no se pronunció, no le gusta la polémica.

Sorteando a los vendedores de folletos, planos y postales, conseguimos entrar por la "Fateh Darwaza" (Puerta de la Victoria), rodeada de pinchos para defenderse de los elefantes.

Nada más entrar, nos topamos con lo más famoso de todo el fuerte: “la cúpula de la palmada”, el pórtico abovedado que da acceso al complejo. El nombre viene del impresionante efecto acústico que se produce en él: en teoría, una palmada producida justo bajo el centro de la bóveda puede oírse en el “Bala Hisar” (el pabellón de la cima de la montaña) a un kilómetro de distancia. Este efecto se usaba para avisar con prontitud de la presencia de invasores.

Cada minuto hay un grupo nuevo de indios dando palmadas, gritando y montado bulla de mil maneras para probar el efecto acústico y liarla un poquito, que aquí son muy formales por norma general y hay que desfogarse de vez cuando. 





Tras el soportal, se abren ante el visitante unos plácidos jardines donde la gente se tumba a la bartola o hace mini picnics, algo que me choca en un lugar como este. Y es que en India están prohibidas (o al menos mal vistas) muchas cosas que en España son comunes, pero puedes hacer muchas otras que nosotros prohibimos.

De modo que aquí puedes entrar a las ruinas con tu perro y traerte la merienda y aunque está prohibido tirar basura, e incluso hay papeleras (que son casi un mito en Hyderabad), pues sigues viendo botellas de Mirinda y bolsas de Lay´s Masala.



Lo de "Spanish Tomato" es mentira.


Antes de subir la colina granítica de casi 100 metros de altura que soporta las antiguas dependencias de los Kakatiya, decidimos recorrer todas las cámaras, mini-mezquitas, antiguos, jardines, salas, dependencias, establos, etc. que se extienden hacia todos lados.

Como pasa en muchas atracciones turísticas de India, apenas hay carteles, mapas o cualquier otra cosa que te explique lo que estás viendo. Hitoshi opina que es para que tengas que alquilar los servicios de alguno de los guías que te asaltan a la entrada, pero es que él siempre defiende la teoría de la conspiración.

El caso es que la dejadez con la que se “conservan” muchos monumentos del país tiene su lado malo y su lado bueno. El malo es la suciedad, las pintadas de “Santosh estuvo aquí”, el que no sabes lo que estás viendo… Pero el bueno es que eres libre de moverte por donde quieras, de meterte por los recovecos, de hacer el cabra por ahí, incluso corriendo cierto riesgo, porque ni pozos, ni torres, ni escaleras tienen vallas ni ningún otro tipo de seguridad, es up to you.







Recorriendo a mi bola las oscuras cámaras del palacio, conocí a otro de los típicos habitantes de muchos monumentos indios. Mientras me adentraba en la negrura de un sala sin ventanas un extraño sonido empezó a rodearme, un sonsonete rítmico y agudo. Me adentré un poco más en lo desconocido y un penetrante olor agrio golpeó sin misericordia mis fosas nasales. Nunca había olido el guano, pero lo reconocí enseguida. Miré hacia arriba y unas sombras furtivas me confirmaron que sobre mi cabeza colgaban decenas de murciélagos que descansaban en la más completa oscuridad. Salí de allí escopetado, claro.

De modo que si vais a cuevas o ruinas en India recordad: donde hay oscuridad hay murciélagos y los hay en cantidades industriales.

Rascándome la cabeza, dejamos atrás las ruinas a ras de suelo y empezamos el ascenso de la colina por el sendero que rodeaba la mole de granito. La marcha no era fatigosa y a cada paso mejoraban las bellas vistas que uno tenía de Hyderabad.






Por el camino, además de la belleza tanto geológica como arquitectónica del lugar, me llamó la atención la cantidad de sandalias tiradas que había en las peñas circundantes. Me estaba preguntando si obedecería a alguna tradición o algo así cuando vi a una niña pedirle permiso a su madre para quitarse sus chanclas. Cuando la nena recibió el “sí”, lanzó su calzado, toda contenta, por la ladera y continuó su ascenso descalza. Aquí andar descalzo es muy normal, sí, pero lo de arrojar tus sandalias no lo había visto nunca.

Nosotros también tuvimos que quitarnos nuestros zapatos, pero para dejarlos ordenaditos a la entrada de los templos a los que tienes que entrar descalzo. Si abajo los recintos sagrados eran mezquitas, aquí eran templos de la religión hindú.




Aunque mi conocimiento del hinduismo es casi nulo, por lo que creí entender, el templo estaba dedicado a las Deví o Shaktí, es decir, las diosas, que se agruparían en cierta manera como principio sagrado femenino. En las paredes se podían ver murales dedicados a Kalí, que a pesar de su imagen de diosa violenta y oscura también es venerada como Diosa Madre y otros en honor de Durga, “la inaccesible”, que si bien es guerrera, también puede sanar. Ambas se pueden relacionar con Parvati, la esposa de Shivá y madre Ganesh (ya sabéis, el de la cabeza de elefante), una especie de “sagrada familia” que tiene aquí mucha devoción.





Tras recoger nuestro calzado, seguimos subiendo. Entramos en la antigua prisión, vimos más salas y templos, hasta que llegamos a la atracción final, la zona más noble, el “Bala Hisar”. Imitando a las decenas de personas que abarrotaban el lugar, subimos a la azotea a disfrutar de las magníficas vistas de las que gozaban los Kakatiya siglos atrás. También intenté probar si se oían las palmadas del pórtico como contaban las guías, pero no oí nada, claro que con toda la muchedumbre haciendo ruido quizá sea imposible.






Me senté en una almena a descansar y disfrutar de las vistas y el aire puro (todo un lujo en Hyderabad), pero al poco se formó una cola de gente que quería saludarme y hacerse una foto conmigo, unos pidiéndome permiso y otros robándome instantáneas en plan paparazzi. Tuve que levantarme y unirme a Antoine y Hitoshi… ¡Que duro es el trabajo de modelo! ¡Ahora entiendo por qué necesitan drogas!






Ya lo habíamos visto todo y estaba anocheciendo, pero aún nos quedaba la última atracción del Golkonda Fort, el light-and-sound show. Aunque no estábamos muy convencidos de que mereciese la pena, nos bajamos de nuevo a las ruinas de la entrada y compramos los tickets. Entramos a un recinto que había servido de dependencias reales siglos atrás y que ahora contenía un estrado con sillas plegables que me recordó al cine de verano del pueblo de mi padre.




El espectáculo, haciendo honor a su nombre, consiste en la narración por parte de un famoso actor de Bollywood de la historia de Golkonda Fort, mientras se activan unas luces de colores que van iluminando las partes de la fortaleza donde se supone que transcurren los hechos narrados. Todo ello se ameniza con leyendas, poemas, canciones… de la auténtica tradición del lugar.





A mí me encantó, pero creo que influyó el que soy un apasionado de los relatos radiofónicos. La historia de amor entre el joven príncipe y su bailarina me pareció bellísima. Oyendo  los cascos de su caballo mientras se iluminaba el peligroso sendero de la colina que había recorrido o escuchando las palabras de los amantes bajo un escueto árbol que aún persiste hoy día y que brillaba en medio de la noche, yo me emocioné.

Sin embargo, cuando miraba a izquierda y derecha, Antoine y Hitoshi estaban dando cabezadas y ronquidos, respectivamente. Hombre, con la cabeza fría, tengo que reconocer que el “espectáculo”, como tal, no era gran cosa, pero si te interesa la historia y la poesía, me parece una manera amena de disfrutarlas en un entorno mágico.

Después de esto, sí que habíamos exprimido al máximo nuestra visita al Fuerte Golkonda, así que tomamos otro rickshaw y nos fuimos a cenar para poner el punto final a otro día de turismo en la ciudad en la que vivimos, que a pesar de ser un desastre en muchos aspectos, también tiene parajes tan bellos como este. 




viernes, 10 de febrero de 2012

La Odisea Revolutions


A la mañana siguiente, mi jefe llegó a la oficina muy pronto, lo que echó por tierra mi teoría de que no tenía forma física antes de las 12:00. Tras hacer unas fotocopias nos montamos en su Suzuki Swift y nos fuimos al viejo aeropuerto de nuevo.




Allí, le fui guiando sobre los pasos que había que seguir. Primero habló con el tío del bigote al que, en hindi, puso de vuelta y media. Sharad le empezó a hacer un pressing que te pasas y el tipo, sudando la gota gorda, le pasó con el hombre de la gorra. Con “gorraman” Sharad, se moderó un poco, pero solo un poco. Le mostró los papeles, le recriminó su incompetencia y consiguió que nos mandase al “sonrisas”. Todo esto fue en hindi, pero deduje su conversación de su postura corporal, cadencia prosódica y de la cara de cabreo que puso el de la gorra.

Con el "Hombre que Ríe" pasamos al inglés y mi jefe pasó a una actitud de queja moderada, más polite. El Sansón indio atacó con su flamante sonrisa, pero mi jefe contraatacó con la suya. La sala se iluminó con el resplandor de ambas piñatas perfectas, blanqueadas por el uso de dentífricos a base de neem, orgullo de la medicina ayurveda.

El risueño oficial trató de pasarle con el Gran Jefe, pero Sharad, que le tenía cogida la medida a este, no soltó su presa y continuó con sus reclamaciones. La cosa no avanzaba mucho: los papeles de mi residencia estaban caducados y había que expedir otros nuevos… y había que pagar la multa. Al final, Sharad se conformó, más o menos.

-De modo que si traemos el papel nuevo mi empleado no tiene que pasar por más colas ni más trámites. Solo tiene que entregarlo y ya está.

-Eso es. Todo lo demás está en orden. No hay ningún problema.

-¿Se lo puede entregar directamente a usted?

-Sí, sí, me lo da a mí y asunto arreglado.

-¿Cómo se llama usted?

-¿Mi nombre? ¿Quiere saber mi nombre? Bueno, bueno, no le hace falta saber mi nombre, no exageremos… ¿Quién les ha atendido en el segundo mostrador?

Sharad, que tiene memoria de pez tropical, me miró a mí y yo, que hasta entonces me limitaba a escuchar como un niño que ha ido con su padre a hablar con el tutor de su curso, señalé al oficial de la gorra en plan chivato.

-Ha sido ese, profe- Decía mi lenguaje no verbal.

Volviendo al hindi, el “sonrisas” llamó al tipo ante su presencia. Este se hizo primero el sueco, luego el remolón, pero cuando vio que su jefe no cejaba en su empeño, acudió con una sombra de miedo bajo su visera. Aprovechando su superioridad capilar, el “Hombre que Ríe” le obligó a que nos diera su nombre (que traduciré como señor Gorraman) y le hizo responsable de nuestro caso.

Sharad habló un poco con el señor Gorraman mientras me señalaba, como diciendo “grábate a fuego la geta de este idiota y no quiero más problemas con él”. Después se despidió en amistosos términos con el del pelo largo y sus hipócritas sonrisas volvieron a iluminar la sala. Nos fuimos, no sin antes esperar a que Sharad le echase un último rapapolvo al tipo calvo de la gena (que no sé a qué venía) y le diera su tarjeta mientras me señalaba de nuevo.

-Bueno, pues… ¿ya está solucionado?- Pregunté a mi jefe ya dentro del coche.

-Sí, no hay problema.

-Y cuando volvemos con los papeles.

-Los tiene que hacer nuestro casero y está de viaje. Vuelve dentro de unos quince días.

De nuevo me quedé pasmado: ¡Había que esperar otra quincena! Francamente, no entendía el porqué de nuestra pantomima entonces. Supongo que mi jefe solo quería ahorrarse la multa, con lo cual había fracasado, como todos.

El tiempo pasó. En este intervalo llegó mi compañero francés, Antoine. Nada más llegar trató de meterle prisa a Sharad con  lo de la registration. Yo tuve que contener la risa como pude.

Dieciocho días después, Antoine y yo volvimos al viejo aeropuerto con todos nuestros papeles en regla y sendos cheques de 30US$ para la multa. Antoine tenía que pasar por toda la tramoya, pero yo me fui directamente a ver a mi viejo amigo el señor Gorraman. El tipo examinó mi nuevo papelote, me miro con cara de preocupación y preguntó:

-¿Has venido solo? ¿No hay nadie contigo?

¡Dios! ¡Qué mal rollo! “No, Gorraman, he venido sin papá ni mamá”, pensé. Esa pregunta solo podía significar problemas. Traté de convencerle de que yo no era imbécil y que me explicara a mí lo que pasaba.

-El nombre del propietario de la casa es uno en este papel nuevo que ha traído y otro distinto en su documentación… ¿a qué se debe?

Al final de le dije que sí, que sí era imbécil y volví a rogar. No tardó ni tres nanosegundos en mandarme ante el banquillo del hombre de la sonrisa Profident.

Sin embargo, el banquillo ya estaba ocupado por dos veinteañeras. Una era una chica india de clase alta y la otra una estadounidense blanquita, rubita y de ojos azules que polemizaba acaloradamente con el melenas. A la yankee le faltaba no sé qué papel y estaba hasta las cejas.

-¡Esta es la sexta vez que vengo aquí y siempre pasa algo nuevo! ¡No puede ser tan difícil! ¡Llevo tratando de hacer esto desde que llegué, se ha pasado el plazo legal, tengo que pagar una multa por cosas que no son mi culpa…! ¡No puedo más!- Decía con voz quebrada y su bello rostro congestionado.

Pero "el hombre que ríe" seguía impertérrito, diciendo que le faltaba un papel y que hasta que no lo trajera no había manera.

Fue entonces cuando la chiquilla empezó a llorar como una Magdalena mientras balbuceaba quejas y lamentos. Su amiga, viendo que el burócrata no se ablandaba, comenzó a soltar el trapo también. Todo el mundo empezó a mirar a las plañideras internacionales y el hombre de la melena les sonreía a todos como diciendo: “¡Animalicos! ¡Qué monas!”

-A ver, a ver, todo tiene solución en esta vida- empezó el oficial- Miren, voy a hacer una excepción con ustedes…

En ese momento el tiempo se detuvo: ¿De verdad había una fisura en esta férrea burocracia? ¿Llorar era la solución? Bueno, sé que no soy una damisela rubita de ojos azules, pero sí soy un querubín rubito de ojos azules. Si había que llorar estaba más que dispuesto. Ya estaba a punto de abrir el grifo a lo Spencer Tracy cuando la realidad volvió a su curso normal…

- Miren, voy a hacer una excepción con ustedes… y le voy a decir a nuestro mejor hombre… Ese de ahí, el de la gorra… Pues bien, le voy a decir al señor Gorraman que las atienda directamente… cuando vuelvan con el papel que les hace falta.

¡Y… pooooste! ¡Nada, no había manera! Abortar Misión Pataleta. Las chicas se fueron enjugándose las lágrimas y yo me senté ante mi nuevo ídolo. Mi reclamación fue una mera pantomima, pues si la Dalila estadounidense de antes no había ablandado el corazón de Sansón, poco podía hacer yo. Lo intenté, falle y me fui, eso sí, muy dignamente.

Antoine había hecho todos los trámites de rigor hasta llegar, evidentemente, al mismo escollo que yo, así que volvimos a la oficina tomando otro rickshaw.



Mi jefe nos esperaba como Penélope esperaba a Ulises. De nuevo montó en cólera. Nos dijo que, después de comer, él mismo nos acompañaría a la oficina de extranjería y que esta vez iba a hablar con el Director.

Dicho y hecho. Nos plantamos allí a primera hora de la tarde y mi jefe fue pasando de pantalla en pantalla como si fuera un videojuego. Sus increíbles combos dialécticos acababan con el malo de cada nivel con un perfect. Estaba imparable, en plan Scott Pilgrim. Por fin pidió entrar en la oficina del Diretor y Antoine y yo le perdimos de vista cuando cruzó aquella puerta misteriosa.

El tiempo pasaba. El francés y yo esperábamos como un padre en la maternidad. No había señales de Sharad. No ocurría nada…





Cuando estaba en medio de una inopinada siesta Antoine gritó:

-¡Ya sale!

En efecto, mi jefe salía de la puerta misteriosa con el Director… que era LA Directora. La sonrisita de ambos, sus miradas acarameladas, su intercambios de móviles “por si acaso”, su despedida interminable… ¡Dios mío! ¡Mi jefe se la había ligado!

-Todo resuelto- Dijo Sharad al vernos- Dadme los pasaportes y vamos a recoger vuestras R.P. (Residence Permit).

Y dicho y hecho. No sé qué tendrá que hacer mi jefe en contrapartida. Tampoco creo que sea un gran sacrificio, porque la directora estaba de buen ver y parecía maja. 

¡Mi jefe y La Directora rumbo a la Felicidad !

Sí, supongo que "ver Zara" será lo mínimo
que tenga que hacer mi jefe.
Ir de compras, a cenar... 


De todos modos, no me importa, yo ya soy LEGAL. Ya puedo viajar, alojarme en un hotel, tener un móvil… ¡VIVIR!La pesadilla había terminado y yo solo podía recordar aquel viejo dicho hippie: ¡Haz el amor, no la burocracia!



¡Paz, hermanos!