viernes, 17 de agosto de 2012

Hampi: Día 2


En capítulos anteriores de Hyderabad Blues…

-Me llamo Michael Jakson y voy a ser su conductor en Hampi.

-Somos de Andhra Pradesh, de Hyderabad.

-¡Mira, mira los monitos!

-¡¿Subir 572 escalones ahora?! ¡¿Estáis locos?!

-¡Oh, qué bella puesta de sol!

-¡Te he ganado el pulso! ¡El Buda ríe y yo también! ¡Je, je…!

-Mañana me espera otro día ajetreado… Adiós lagarto, adiós ranita, adiós hormigas, adiós Hombre del Sombrero…

Funde a negro.






Lars, Alexa y yo empezamos la mañana tomando un suculento desayuno con lassi (una bebida a base de yogur que está de muerte) y Spanish omelette (cualquier parecido con una tortilla de patatas es pura coincidencia). Vagueamos un poco mirando los arrozales y nos pusimos en marcha.





En el río tuvimos que esperar la barca de marras. Eso sí, era la última vez, ya que habíamos pillado nuestras mochilas y pagado el hotel. Alexa y yo amenizamos nuestra espera jugando con una perrita que sesteaba junto al río. Cuando tomamos la barca, interrumpió su baño matutino para despedirnos.




Michael nos esperaba fresco como una rosa en la otra orilla, con nuestro itinerario planeado. La prinera parada de su ruta nos condujo a la “Plaza Mayor”, para visitar la atracción turística principal del pueblo: el Virupaksha Temple.




El Templo de Virupaksha es el más antiguo de Hampi. Según algunas estimaciones data del Siglo VII, con lo que sería el templo más antiguo en toda India que sigue en uso. En él se celebran fiestas y ceremonias, de modo que suele estar atestado tanto de turistas como de peregrinos y devotos.




Entramos bajo la enorme torre o gopura y accedimos al patio del templo. Allí se encuentra la habitante más famosa de recinto sagrado: Lakshmi, la elefanta.




Delante de ella se forma una cola de turistas que esperan su turno para ofrecerle una moneda a la paquiderma. Lakshmi la toma de tu mano con su trompa, se la da a su cuidador y acto seguido te propina un leve golpecito en tu cabeza que se considera una bendición.

Lars le ofreció a la elefanta una moneda de 5 Rs. y recibió su merecida bendición. Alexa, sin embargo, solo le dio 1 Rs. y Lakshmi pasó de ella. ¿Concidencia? No lo sé. Solo sé que la normalmente apacible Alexa se puso que echaba humo.

Como me reí bastante de Alexa no me arriesgué a correr su suerte y me dediqué por el contrario a torturar a la inocente belga deciendole que eso era un muy mal augurio.






Atravesamos el Ranga Mandapa con sus balaustradas decoradas con estuas de leones y pasamos al sancta sanctorum donde se estaba celebrando una ceremonia religiosa.

Seguimos avanzando por oscuras capillas hasta llegar a la famosa sala donde un rayo de sol que atraviesa una estrecha hendidura en el muro arroja sombras invertidas sobre la pared. Se trata, evidentemente, de una cámara estenopeica, que hacía las delicias de los turistas indios.





Tras ver todas las maravillas del templo volvimos a salir por la Kangiri Gopura donde habíamos dejado a Michael. No había ni rastro del “Rey del Pop”, así que decidimos subir a la colina de Kemakuta, una pequeña elevación del terreno aledaña a Virupaksha.





Además de disfrutar de una extraordinaria vista del propio Templo de Virupaksha, pudimos visitar la capilla de Vishnupada, en cuya entrada se pueden ver las huellas de un par de pies descalzos que se suponen que fueron dejadas por Lord Vishnu.






Cada palmo de tierra de Hampi es el escenario de algún famoso pasaje de la vida de alguna deidad hindú. Fue es esta misma loma donde Shiva redujo a cenizas en cuerpo de Kamadeva con su tercer ojo, como ya os conté en el post dedicado a Holi.


Haciendo el indio

Haciendo el indio,
detalle


Con todas estas historias en la cabeza, bajamos de nuevo al pueblo donde, esta vez sí, nos esperaba el bueno de Jackson. Nos montamos en el auto y recorrimos los escasos metros que nos separaban de la entrada del recinto que alberga la Kadalekalu Ganesha, una escultura de casi cinco metros de alto del ubícuo dios-elefante.




Su nombre (Kadalekalu) significa “garbanzo” en el dialecto local, pues esa es la forma que parece tener la gigantesca barriga del dios. Sin embargo, los musulmanes que conquistaton la ciudad en tiempos pretéritos debieron pensar que la oronda tripa era más bien un cofre, pues cuenta la leyenda que intentaron abrirla, ya que creían que dentro se guardaba un tesoro.




Lo que sí es verdad es que muchas estatuas hindúes fueron mutiladas por fanáticos musulmanes y que muchas inscripciones musulmanas sufrieron el ataque de fanáticos hindúes, en una ciudad que ha conocido decenas de disputas entre ambas culturas.

Enfrente de Ganesha se yergue el pushkarani del templo de Virupaksha. La palabra pushkarani designa a los tanques de agua que se construían junto a los recintos sagrados. Éste recibe el nombre de Manmantha Tank y en sus inmediaciones descasamos un poco… o lo intentamos, hasta que un grupo de veinteañeros indios vino a molestranos con la eterna pregunta: Wich country?




Desde allí llegamos a la Sasivekalu Ganesha, otra estatua de la deidad paquiderma, de dos metros y medio de altura, casi pegada a la anterior. Sasivekalu significa “semilla de mostaza”, pues supongo que esta vez la barriga del dios tiene esa forma.




Alrededor de la enorme tripa de Ganesha hay una cobra, atada como un cinturón. Cuentan que el dios hizo esto después de una comilona épica, temiendo que su barriga reventase si no la ceñía con algo resistente. No sé lo que le pareció la idea a la cobra.

Volvimos al rickshaw de Michael y este tomó la carretera cercana para llevarnos a otro templo dedicado a Shiva. Por el camino pasamos junto a las Akka Tangi Gudda, unas rocas gigantes de aspecto espectacular que han despertado la imaginación de los habitantes de la región por siglos. Su nombre significa “piedras hermanas”, pues según cuentan las historias, los monolitos son dos hermanas convertidas en roca por menospreciar la belleza de Hampi.




Tras dejar atrás “Dos Hermanas”, llegamos al conocido como Templo Subterráneo de Shiva. Debe su nombre a que parte del recinto está inhundado y hace falta anadear con el agua por la cintura para recorrerlo entero. Ni que decir tiene que nosotros no lo hicimos.




El Rockstar Express nos llevó después a una zona amurallada con varias construcciones de estilo musulmán. Hay que decir que Mike nos iba haciendo de guía, explicándonos la historia de los sítios a los que llegábamos. Claro que en sus explicaciones todo sucedía en el siglo XV, los hindúes eran muy buenos, los musulmanes muy malos y viéramos lo que viéramos, era lo más antiguo o grande o importante o bello… o simplemente lo mejor del mundo.




Aunque muchos de los lugares a los que nos llevaba no necesitaban de su hipérbole para resultar impresionantes. Es el caso del Templo de Krishna. Su construcción data del siglo XVI (¡Ay, Michael, por uno!) y cuenta con los relieves más bellos de Hampi.







La siguiente parada fue igual de impresionante, pues nos encontramos cara a cara (nunca mejor dicho) con la escultuta más grande de la zona, en el Templo de Lakshmi y Narasima.




El dios Narasima te recibe sentado, en una posición de Yoga, sobre una cobra de siete cabezas. Su monstruosa mirada bien merece el calificativo de ugra, “terrorífica”. Narasima significa hombre-leon y es uno de los diez avatares de Vishnu. La deidad está sola, pues la estatua de Lakshmi, su consorte, fue destruida también por fanáticos. 

Saltando un estrecho pero profundo canal de agua, se coloca uno junto al aledaño templo de Badavilinga. Un gran número de indios se apretujaban para realizar sus ofrendas ante el “linga de los pobres”, el linga monolítico más grande de Hampi.




Se trata de una representación abstracta Shiva que conmemora una hazaña del dios: La corriente del Ganges caía desde el cielo y amenazaba con destruir la tierra; para evitar esto, Shiva interpuso su cabeza dispersando la tromba y haciendo que fluyese mansamente desde su melena. Aún hoy, los devotos vierten agua o leche y arrojan pétalos de flores sobre el linga para alabar a Lord Shiva.

Otro corto trayecto en auto nos llevó al Baño de la Reina, cuyo nombre no podría ser menos acertado, ya que se cree que era un lugar de recreo para el rey y sus concubinas. Se trata de un edificio de planta cuadrada, rodeado por un pequeño foso, que alberga una especie de piscina, jalonada por exquisitas balconadas y barandas.




Y finalmente llegamos a otro gran grupo de ruinas que iba a ser nuestra última parada en Hampi, el Recinto Real.




Desde el exterior ya se puede ver el Mahanavami Dibba y los relieves que lo adornan, pero quizá lo primero que te llama la atención son dos impresionantes monolitos que en el pasado fueron las puertas de algún importante edificio.




No sé sabe qué recinto protegían y se cree que sería necesaria la fuerza de un elefante para abrirlas o cerrarlas. Hoy yacen semi recostadas sobre unas rocas. Merece la pena acercarse y disfrutar del trabajo de labrado de la roca, que trata de imitar a la madera.




Rodeados de turistas, subimos las empinadas escaleras que te conducen a la cima del Mahanavami Dibba (“Casa de la Victoria”), también conocida como plataforma de Dassera. Allí volvimos a convertirnos en la atracción principal, sobre todo Alexa, cuyos rizos rubios eran más impresionantes para los indios que las estatuas de elefantes y caballos o la panorámica del recinto.




Tras bajar de la plataforma y andar unos metros, nos colocamos en el borde del Tanque Escalonado, otra de las más típicas imágenes de Hampi.




Llegó la hora de comer y pedimos a Michael que nos acercase al restutante más famoso de Hampi, el Mango Tree. Aunque el driver quiso hacerse el remolón, diciendo que si había varios y tal, yo le dije que Mango Tree solo hay uno y que tiene el nombre escrito en la puerta. No tenía ni idea de lo que estaba hablando, pero Mike se lo creyó y nos llevó al lugar sin más problemas.

La plantación de bananas que alberga el Mango Tree estaba junto al río, no muy lejos de donde cruzábamos con las barcas. Hay que andar un poco entre las palmeras hasta que se llega al establecimiento, el cual está construido alrededor de un gigantesco árbol de mango. A mí me pareció que estábamos en el concilio de Elrond, pero bueno, es lo que tiene ser friki.




Disfrutamos de un almuerzo vegetariano típico de la región con alguna delicatessen más y vagueamos un poco, alargando la sobremesa al estilo español. La comida estaba exquista y el lugar era precioso. Nos lo merecíamos después de tanta caminata, ¿no?



Nada más paleto
que hacerle una foto a tu comida.




Todavía nos quedaba algo de tiempo hasta que saliese nuestro autobús desde Hospet, con lo que le preguntamos a Michael dónde nos podía llevar. El pícaro driver nos dijo que ya habíamos visto todo lo que merecía la pena y que lo mejor es que nos llevase ya a Hospet para esperar por allí “de compras y tomando una cerveza”.

Está claro que lo único que quería es cobrar ya y deshacerse de nosotros. Lars trató de apretarle las tuercas un poco, pero la verdad es que yo ya estaba saturado de tanta visita a ruinas y no me parecía mala idea lo de ir a Hospet. Optamos así por esto último para alegría de nuestro conductor.

En Hospet no había mucho que ver ni que comprar, así que, tras encontrar el lugar desde donde salía nuestro semi sleeper, nos metimos en un parque a pasar el rato. Hacía muy buen tiempo. Un grupo de niños celebraba su cumpleñaos en la zona infantil y decidió que no había nada más divertido que invitar a unos extranjeros a su fiesta.





Los nenes cantaron y bailaron para nosotros y hasta nos dieron tarta. Luego, las niñas jugaron a las peluquerías con Alexa, que acabó con sus rizos tan llenos de flores que parecía una ninfa de la primavera o algo así de cursi.




Y entonces llegó. El monzón. O algo parecido. El cielo se oscureció levemente y empezó a lloviznar primero y a diluviar después. Dejamos a los niños gritando, riendo y saltando bajo la lluvia y nosotros fuimos a refugiarnos a una bakery. Allí nos encontramos con Alexis, la mochilera canadiense, que se volvió a acoplar a nosotros.

Casi llegamos tarde a nuestro autocar por acompañar a la canadiense a su hostal, pero uno siempre puede confiar en la impuntualidad india. Nos acomplamos lo mejor que pudimos en nuestros asientos reclinables y nos dispusimos a pasar otro montón de horas en la carretera.

Me eché a dormir, sabiendo que al despertar me encontraría de vuelta en Hyderabad, con el monzón pisándonos los talones. En mi somnolienta cabeza, los recuerdos del fin de semana en Hampi tomaban la forma de una peli de Bollywood…



P.S.: Como dicen los Stark-Shivaji: "Se acerca el monzón."